lunes, 7 de septiembre de 2015

“LA MISERICORDIA DEL SEÑOR LLENA LA TIERRA” Carta del Arzobispo de Sevilla para orientar el curso pastoral 2015-2016

A los sacerdotes, diáconos y seminaristas, miembros de la vida consagrada, movimientos, asociaciones, hermandades y fieles todos de la Archidiócesis.

El nuevo curso pastoral, una nueva oportunidad de gracia

Queridos hermanos y hermanas: Concluidas las vacaciones estivales, estamos a punto de comenzar un nuevo curso pastoral, que el Señor nos concede como una nueva oportunidad de gracia para servirle en su Iglesia y anunciar su nombre a nuestros hermanos. Con esta ocasión, me dirijo a todos los
miembros de la comunidad diocesana, sacerdotes, diáconos, seminaristas, consagrados y laicos cristianos, que trabajáis en las parroquias, movimientos, asociaciones y hermandades. A todos os renuevo en nombre del Señor la invitación que Él nos hace en el evangelio, “¡Levantaos!, ¡Vamos!” (Mc 14,42); y le pido que mueva nuestros corazones a acoger su invitación con la misma prontitud con que los Apóstoles acogen a orillas del mar de Tiberíades la iniciativa de Pedro de ir a pescar. Os invito a responder como ellos con alegría, entusiasmo y esperanza: “Vamos nosotros también contigo” (Jn 21,3), y reemprender así, en los inicios de esta nueva etapa pastoral, la tarea de anunciar la Buena Noticia, dóciles al impulso del Espíritu Santo.


El Espíritu es efectivamente el protagonista de la evangelización y el alma de la Iglesia y de toda pastoral, pues es Él quien la diviniza, dinamiza, vivifica y unifica, como nos dijera el papa Benedicto XVI: “El Espíritu es […]la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia”. Por ser el Espíritu Santo fruto del amor y de la mutua donación entre el Padre y el Hijo y el lazo que une al Padre y al Hijo en un mismo amor, toda la vida de la Iglesia, animada por el Espíritu, debe ser reflejo del amor trinitario, “expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los sacramentos […] y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres”[1].


Desde el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Gal 5,5), emprendemos el nuevo curso pastoral. El hecho de comenzar una nueva etapa en la vida diocesana no significa reinventar o descubrir un programa completamente nuevo. Como nos dijera el papa san Juan Pablo II: “El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste”[2]. Vivir cada día a la escucha de la Palabra de Dios que ilumina nuestra vida; participar en los sacramentos, fuente de la gracia divina y camino para el encuentro vital con el Señor; entrar cada día en la oración, diálogo amoroso con la Trinidad Santa, que renueva y rejuvenece nuestra vida; cumplir el mandamiento del amor a Dios y a los hermanos por fidelidad al Señor que nos ha amado primero; y dar testimonio explícito de nuestra fe, ese es el corazón de la existencia cristiana verdadera, que no conoce vacaciones, ni programaciones, ni interrupción de actividades. Este debe ser el suelo nutricio de nuestra vida cristiana y de nuestras programaciones pastorales.
Atentos a las orientaciones del Santo Padre

Vivimos el seguimiento de Cristo en el mundo, inmersos en los acontecimientos de la vida diaria, experimentando la tensión contradictoria que el Concilio Vaticano II expresara con estas palabras de san Agustín: “La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”[3]. Entre los gozos y alegrías que cada día experimentamos, entremezclados en tantas ocasiones con dolores y sufrimientos, se nos presentan en el curso que estamos iniciando algunas llamadas a las que deberemos prestar atención: Sin olvidar la exhortación apostólica Evangelii gaudium, documento programático del pontificado del papa Francisco, en el que el Santo Padre subrayaba la necesidad de emprender un proceso de conversión misionera en toda la Iglesia, deberemos atender también de forma prioritaria la letra y el espíritu de la bula Misericordiae vultus, por la que el papa Francisco convocaba el Año de la Misericordia, con el lema Misericordiosos como el Padre, y la encíclica Laudato si, que a todos no compromete en el cuidado de la creación.
Laudato si, la preocupación por la casa común

Tengamos muy en cuenta en este curso pastoral y siempre las exigencias de esta novedosa encíclica, a la que dedico unas líneas. Algunos han manifestado su extrañeza de que una autoridad religiosa como el Papa, que no es técnico ni estudioso de los temas del medio ambiente ose entrar en un argumento de carácter científico como es la ecología. La verdad es que además de su carácter científico, la ecología tiene una indudable dimensión ética e incluso religiosa. El cuidado de la creación, “la preocupación por la casa común”, subtítulo del documento, está exigido por el respeto debido al Dios creador, que crea un mundo bueno para todos sus hijos. Está exigido además por la equidad y la justicia con todos los hombres y mujeres, los actuales y los futuros habitantes del planeta. Todo ello exige que todos, cristianos y no cristianos, nos comprometamos con la sostenibilidad de nuestro mundo, contribuyendo a conservar la maravillosa armonía de la creación, que canta la gloria de Dios (Sal 19,1).


El papa Francisco se sitúa en clara continuidad con el Magisterio de los Papas precedentes. Ya en la encíclica “Pacem in terris” de Juan XXIII, hay alusiones a la ecología. El beato Pablo VI reconoció expresamente la dramática situación del medio ambiente y habló de la necesidad de una conversión radical. Otro tanto cabe decir de san Juan Pablo II. El Papa Benedicto XVI, en “Luz del mundo” (2010), preocupado por la situación del planeta nos hablaba de la catástrofe global y la problemática del progreso, emplazando a la Iglesia a una seria reflexión sobre el cuidado de la creación que mueva las conciencias y brinde esperanza a nuestros contemporáneos.


Los cambios globales, consecuencia de las alteraciones de los sistemas naturales, físicos, biológicos o sociales, originados por el vigente sistema económico, son perceptibles. Dentro del cambio global situamos el cambio climático, que tiene consecuencias muy graves, especialmente para los más pobres. Está originado por el 20% de la humanidad pero afecta a todos, especialmente a los que menos pueden reaccionar ante sus graves consecuencias, la subida del nivel del mar, las limitaciones para la agricultura o el incremento de sucesos climáticos extremos. Todo ello exige de cada uno de nosotros un compromiso en el cuidado de la creación por razones morales e incluso religiosas[4].
El necesario cambio de rumbo

La humanidad necesita una nueva orientación y un cambio de rumbo. Mucho puede ayudarnos a reorientar nuestra vida la conciencia de nuestro común origen en Dios, Padre y Creador, al que respondemos con gratitud y confianza. El futuro de la humanidad no está en la vida sin Dios, sin normas morales, asentada en el derroche y el placer, que preconiza el laicismo irreligioso y el liberalismo sin entrañas, germen de injusticias y de sufrimiento sin cuento para tantas familias en esta hora. La crisis económica nos ha mostrado las consecuencias perversas del camino emprendido por la sociedad occidental en las últimas décadas. Son muchos los que han advertido que en el origen de nuestros males está también la irreligión, la inmoralidad, la ruptura de nuestras tradiciones morales y religiosas, el olvido de la Ley de Dios, el consumismo desenfrenado y la adoración de los ídolos. Son muchos los cristianos que reconocen que no podemos seguir viviendo en este atolondramiento, que las normas morales de la Iglesia, lejos de encadenarnos, son camino de verdadera libertad, y que necesitamos convertirnos, siguiendo un camino de autenticidad cristiana, de seriedad, responsabilidad y austeridad.
Tres tareas específicas para el nuevo curso: la primera, el Jubileo de la Misericordia

Tres son las líneas de trabajo que deben orientar el curso pastoral que estamos iniciando: el Jubileo extraordinario de la Misericordia, la elaboración de un nuevo Plan Diocesano de Pastoral y el comienzo de la implantación del Directorio Diocesano de la Iniciación Cristiana. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, que es como la carta programática del pontificado del papa Francisco, leemos que ”La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva’‘[5]. A partir de este deseo hay que leer la bula de convocatoria del Jubileo Misericordiae vultus, con la que el papa Francisco nos invita a ser Misericordiosos como el Padre (Luc 6,36), que pide no juzgar y no condenar, sino perdonar y amar sin medida. El logo, obra del jesuita esloveno Marko Iván Rupnick, muestra a Jesús que carga sobre sus hombros al hombre herido, apaleado o extraviado, una imagen muy apreciada en la Iglesia antigua, que subraya el amor de Cristo que se encarna para redimir al hombre alejado de Dios con un amor capaz de cambiarle la vida.
Jesús, rostro de la misericordia del Padre, «rico de misericordia»

La misericordia del Señor llena la tierra. Estas palabras del salmo 32, que dan título a esta carta pastoral, son el mejor resumen del Antiguo y del Nuevo Testamento y de la entera Historia de la Salvación. La misericordia es uno de los contenidos centrales de la fe cristiana. En la bula de convocatoria el papa Francisco no se aparta un ápice de la mejor tradición católica. Recuerda la enseñanza de san Juan XXIII, que hablaba de la “medicina de la misericordia”, y del beato Pablo VI que llamó a la Iglesia samaritana de la humanidad[6]. Con estos precedentes, Francisco sitúa el tema de la misericordia bajo la luz del rostro de Cristo, que rezuma piedad, misericordia y amor, un rostro que hay que reconocer cada día en la oración, contemplar y servir. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, «rico de misericordia» (Ef 2,4), quien después de haber revelado su nombre a Moisés como el «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6), en la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo nacido de la Virgen para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr. Jn 14,9). Jesús con su palabra, con sus gestos y signos revela la misericordia de Dios. Su persona no es otra cosa sino amor, un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Las personas que se le acercan contemplan algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él está falto de compasión. Su misericordia y su compasión tienen su culmen en el Calvario, en el que se inmola libremente por toda la humanidad.


El misterio de la misericordia nace en el seno de la Trinidad Santa, que se apiada de la humanidad caída y envía al Verbo en nuestra carne para reconducirla hacia Dios. En el Verbo encarnado la Trinidad viene a nuestro encuentro y nos enseña a ser misericordiosos. Nos alecciona también la Santísima Virgen. Nadie como ella ha experimentado la misericordia de Dios que se derrama sobre ella y la envuelve con su gracia en la anunciación, en su concepción inmaculada y en su asunción a los cielos. Es la misericordia que ella, reina y madre de misericordia, como la invocamos en la Salve, después derrama sobre nosotros.


“La misericordia, viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”

En la bula Misericordiae vultus nos dice el Papa que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”[7]. Dice también que la vivencia y la práctica de la misericordia, que es condición para nuestra salvación, produce alegría, serenidad y paz. Afirma además que es su deseo que en el ya cercano Jubileo, cada uno de los hijos de la Iglesia vivan y sientan la experiencia de la misericordia, el sentirse amados por Dios nuestro Padre, que “nunca se cansa de abrir la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida”. El Papa insiste en la experiencia del perdón de Dios, que después nosotros debemos ofrecer a nuestros hermanos. Insiste además en que la Iglesia debe ser la casa de la misericordia, la casa del perdón, del servicio gratuito, de la ayuda y del amor. Nunca debe cansarse de ofrecer misericordia, estando siempre dispuesta a confortar y perdonar.


Si esto es así, la misión prioritaria de la Iglesia es ser signo y testimonio de la misericordia en todos los aspectos de su vida y actividad. Todo en la acción pastoral de la Iglesia debe estar revestido por la ternura con que se trata a sus hijos. Nada en su anuncio de Jesucristo y en su testimonio ante el mundo debe carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del amor misericordioso y compasivo. El Papa reconoce con humildad que en el pasado, en ocasiones, nos hemos olvidado de caminar por la vía de la misericordia, y afirma que la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo, del que nosotros, hijos de la Iglesia, debemos participar viviendo el perdón, la entrega y el servicio humilde, haciéndonos siervos y servidores de los hermanos. Por tanto, allí donde la Iglesia esté presente debe hacer vidente la misericordia del Padre. Nuestras parroquias, comunidades, asociaciones, movimientos y hermandades deben ser oasis de misericordia[8]. La vida de la Iglesia es auténtica y creíble cuando hace de la misericordia su razón de ser. La misericordia es su primera tarea. Ella está llamada a ser testigo veraz de la misericordia, viviéndola como el centro de la revelación de Jesucristo.
Cerca de las periferias existenciales

Sin olvidar la proyección ecuménica del Jubileo y el llamamiento a eliminar de la faz de la tierra la violencia organizada y la corrupción, el Papa nos invita en el próximo Año Santo a abrir el corazón a cuantos viven en las periferias existenciales, en situaciones de precariedad y sufrimiento, de las que son víctimas aquellos hombres y mujeres que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado por el egoísmo de tantos. En este Jubileo y siempre la Iglesia está llamada a curar estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. Para ello, el Papa pide al pueblo cristiano que reflexione en este tiempo de gracia sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”[9].
Un signo extraordinario

En este sentido la Santa Sede está estudiando algunos signos que el Papa Francisco realizará en forma simbólica dirigidos a algunas ”periferias” existenciales para testimoniar la cercanía y la atención de la Iglesia a los pobres, a los que sufren, a los marginados y a cuantos tienen necesidad de ternura. Así lo declaró el arzobispo Fisichela, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización el pasado 5 de mayo, al presentar en el Vaticano el Jubileo de la Misericordia. Insistió en que serán signos de un alto valor simbólico, que los obispos y los sacerdotes deberán realizar en sus diócesis en comunión con el Papa, de modo que a todos pueda llegar una muestra concreta de la misericordia y del cuidado de la Iglesia. Habrá además un signo concreto de la caridad del Papa, que perdurará como memoria de este Jubileo. Será un gesto especial hacia alguna realidad necesitada en el mundo. Siguiendo el ejemplo del Papa, también nosotros deberemos pensar en un gesto extraordinario que quede como hito del Año Santo de la Misericordia. Encomiendo al Consejo Episcopal y a los demás Consejos Diocesanos la determinación y concreción de este gesto.
Redescubrir la hermosura del sacramento del perdón

Todos los hijos de la Iglesia estamos convocados al Jubileo. Todos estamos llamados a una conversión profunda y sincera, a volver a Dios, dispuesto siempre al perdón y a la misericordia, que cada uno de nosotros debemos experimentar en este año, misericordia que desde siempre el Padre derrocha con nosotros y que nosotros debemos anunciar. Una iniciativa original, que el Papa ha incluido en la bula es la institución de los Misioneros de la Misericordia, a los que el Papa les dará el mandato el Miércoles de Ceniza durante una celebración en San Pedro. Deberán ser “sacerdotes pacientes, capaces de comprender los límites de los hombres, pero listos para difundir, en la predicación y en la confesión, el efluvio bondadoso del buen pastor”[10]. De estas palabras se deduce que en el corazón del Jubileo habremos de situar el sacramento de la misericordia, el sacramento de la penitencia, del perdón y de la reconciliación con Dios y con los hermanos, celebrado siempre según la mente y las normas de la Iglesia. Hagamos todos los esfuerzos que estén en nuestra mano para recuperar este hermosísimo sacramento, de modo que ocupe el lugar que le corresponde en nuestra vida personal y comunitaria, como manantial de fidelidad y de santidad, como sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios.


Practicar las obras de misericordia corporales y espirituales

Os invito, queridos hermanos y hermanas, a acoger con entusiasmo el Año Santo de la Misericordia. En el folleto en el que se incluye esta carta y el programa pastoral para el nuevo curso, encontrareis el calendario diocesano del Jubileo. Vivamos con gratitud sincera y espíritu de conversión el lema del Año Santo: “Misericordiosos como el Padre”. Aprovechemos personal y comunitariamente los medios que se nos proponen para vivir intensamente este tiempo de gracia y de renovación espiritual. Dediquemos tiempo a la escucha orante de la Palabra, para contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida. Peregrinemos buscando la Puerta de la misericordia que podremos pasar en la Catedral y en las Basílicas y Santuarios que hemos señalado como templos jubilares. Practiquemos las obras de misericordia corporales y espirituales, para que nuestro corazón, a menudo endurecido, se abra a cuantos viven en tantas “periferias” existenciales, a las que el Papa constantemente nos remite.
Acojamos con humildad la invitación a la conversión

Acudamos al sacramento de la reconciliación, que nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia de Dios y la alegría que produce en el alma el perdón de Dios. Acojamos con humildad la invitación a la conversión, también y muy especialmente quienes se han dejado tentar por la corrupción, que el Papa califica como llaga putrefacta[11], que mina desde sus fundamentos la vida personal y social, que es un mal que anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. En este campo, el discípulo de Jesús sabe por dónde tiene que empezar, pues está avisado por su Maestro que nos dice: “saca primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano” (Mt 7, 5). Conscientes de nuestra flaqueza acojamos la indulgencia jubilar en la comunión de los santos y dejemos que la Iglesia, destinataria de la Redención de Cristo, venga en ayuda de nuestra debilidad con el tesoro de gracia que ella custodia y reparte y el ejemplo de santidad de sus mejores hijos que son los santos.


Vivir la experiencia jubilar de la peregrinación

Exhorto vivamente a todos los fieles de la Archidiócesis a participar en las diversas convocatorias programadas siguiendo el calendario que nos ha sugerido el Santo Padre en la bula Misericordiae vultus. Convoco a todos los grupos y sectores de la vida diocesana, sacerdotes, diáconos permanentes, seminaristas, miembros de la vida consagrada, catequistas, profesores de religión y profesores católicos, jóvenes, adolescentes que se confirmarán este curso, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, voluntarios de nuestras instituciones socio-caritativas (Cáritas, Manos Unidas, asociaciones de acción social), Cursillos de Cristiandad, Acción Católica, Hermandades y demás asociaciones de fieles. A través de estas instituciones nuestra Iglesia diocesana encarna cada día las obras de misericordia en el campo del servicio a los pobres, la atención a los emigrantes, los enfermos y ancianos desde la pastoral de la salud, la pastoral penitenciaria, la reinserción de jóvenes y mujeres marginados en centros de acogida, y la pastoral familiar, la defensa de la vida y el servicio a los matrimonios y familias en dificultades a través de los Centros de Orientación Familiar (COFs).


Además de las convocatorias jubilares diocesanas, quiero animar a las parroquias, asociaciones, hermandades, colegios y comunidades a programar una peregrinación a alguno de los templos jubilares, buscando vivir con la comunidad cristiana donde se desarrolla nuestra vida habitual la gracia del Año Santo de la Misericordia. También os animo a que viváis la experiencia jubilar personalmente de forma individual acudiendo a alguna de las puertas de la Misericordia, sabiendo que siempre, aun cuando peregrinamos solos estamos acompañados por la familia de Dios que es la Iglesia.


La segunda tarea es la preparación del Plan Diocesano de Pastoral en clave misionera, que exige la colaboración de todos



Una segunda tarea que reclama nuestro empeño en este curso pastoral es la elaboración de un nuevo Plan Diocesano de Pastoral para los próximos cinco años, que si Dios quiere promulgaremos en la clausura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que en la Archidiócesis tendrá lugar el 13 de noviembre de 2016. Es una exigencia que nace de la responsabilidad de anunciar el Evangelio en nuestra Iglesia particular, y una respuesta a la petición que el papa Francisco ha hecho a toda la Iglesia en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, señalando una nueva etapa evangelizadora caracterizada por una conversión pastoral y misionera[12]. El objetivo general que debe perseguir este nuevo Plan Pastoral debe ser intensificar el impulso misionero de nuestra Iglesia diocesana. Para hacer operativo este propósito en nuestra realidad concreta es necesario emprender un proceso de discernimiento, purificación y reforma, que deberemos emprender entre todos en los próximos meses. El Papa nos ofrece un criterio fundamental a la hora de abordar este trabajo: “lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral”[13].


De acuerdo con estas pautas del Santo Padre, pido a las parroquias, arciprestazgos, consejos diocesanos, delegaciones episcopales, vida consagrada, movimientos, asociaciones y hermandades que en los próximos meses, hasta finales de marzo, trabajen con responsabilidad y espíritu de comunión el guion que se ha ofrecido para elaborar el nuevo Plan Diocesano de Pastoral. Es necesario repensar en clave misionera la triple tarea que constituye el ser y la misión de la Iglesia: el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. También debemos reflexionar sobre la conversión misionera de las estructuras pastorales y de los agentes de la evangelización, a fin de que en nuestra Archidiócesis el impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo. Necesitamos orar y trabajar para que, unidos y ayudados por la luz del Espíritu Santo, señalemos los caminos del amor misericordioso y compasivo a recorrer en los próximos años, y así seguir caminando desde la pastoral de mera conservación hacia una pastoral decididamente misionera.


La tercera tarea es nuestra implicación en la implantación definitiva del Directorio de la Iniciación Cristiana



El curso pastoral que estamos iniciando viene marcado también por el inicio de la implantación definitiva del Directorio de la Iniciación Cristiana. Manifiesto anticipadamente mi reconocimiento y gratitud a los sacerdotes y catequistas que tendrán que hacer un esfuerzo considerable para aplicar el Directorio en todos los niveles. Por mi parte, estoy convencido de que el trabajo se asumirá con mayor entusiasmo y generosidad si todos estamos persuadidos de las razones profundas que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la nueva propuesta de la iniciación cristiana. Por este motivo deseo volver a explicitar la razón última del nuevo Directorio. El problema fundamental de la Iglesia en esta hora es la deserción y la descristianización, incluso de muchos que siguen considerándose cristianos Por ello, la Iglesia debe situarse con realismo ante esta sociedad cambiada y cambiante y ante la nueva cultura inmanentista y secularizada. En esta coyuntura hemos de responder a los nuevos desafíos con formas de acción pastoral de una tonalidad más misionera. Sólo así saldremos al paso de la dificultad que todos sentimos para transmitir la fe a las nuevas generaciones.


Sacerdotes y catequistas entusiastas a pesar de las dificultades

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, queridos catequistas, que estáis en la primera línea de la evangelización: vosotros más que nadie palpáis estas dificultades. Muchos de vosotros me habéis manifestado que son muchos los niños y adolescentes bautizados que no acuden a la catequesis. Otros acuden pero con unos déficits tremendos de formación cristiana porque sus padres no les han iniciado ni siquiera en los rudimentos de la fe y en las primeras oraciones. Sus intereses son otros y en ocasiones no están en condiciones de educar cristianamente a sus hijos porque ellos mismos no han descubierto el valor vital de la fe. Por ello, muchos niños carecen de la más elemental experiencia cristiana. Son llevados por sus padres a la catequesis para que puedan recibir la primera comunión con finalidades escasamente religiosas. No es extraño que sean pocos los que perseveran en las prácticas normales de la vida cristiana. Son también pocos los que se preparan para la confirmación y escasos los que permanecen en la Iglesia después de recibir este sacramento.


Es una experiencia dura que nos hace sufrir a todos, sacerdotes, catequistas, profesores de Religión y titulares de la escuela católica. Esta constatación nos debe llevar al compromiso, pues si no respondemos con prontitud y celo apostólico muchos niños no llegarán nunca a conocer ni a vivir las exigencias de su bautismo. La reacción no puede ser la queja, el lamento o el reproche de unos a otros. El camino que la Iglesia nos señala es otro: tenemos que aprender a vivir todos como miembros de una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera.


Algunas prescripciones en clave misionera

El nuevo Directorio de la Iniciación Cristiana quiere ayudarnos a situarnos en clave misionera, adoptando algunas medidas con finalidades muy precisas:
La primera es garantizar en cuanto sea posible las condiciones no sólo para la validez de los sacramentos, sino también para que den fruto en la vida personal de los bautizados, ofreciendo un catecumenado posbautismal. En virtud de la doctrina del “ex opere operato”, sabemos que la fuerza santificadora de los sacramentos es de suyo infinita, pues no podemos dudar de la acción de Dios. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia nos dice también que esta fuerza santificadora sólo alcanza su efecto pleno en nosotros en la medida en que es acogida mediante la fe y las disposiciones requeridas en quienes los reciben. Así nos lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “el bautismo de niños exige un catecumenado posbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona”[14].

La segunda decisión se refiere a la adopción de los Catecismos de la Conferencia Episcopal Española como material oficial de catequesis en nuestra Archidiócesis, un material excelente, elaborado por expertos acreditados, revisado por los todos miembros de nuestra Conferencia Episcopal y reconocidos y aprobados por la Santa Sede como instrumentos aptos y solventes para la transmisión íntegra de la fe.


En tercer lugar, el Directorio establece criterios pastorales comunes y únicos en torno a la Iniciación Cristiana, en concreto las edades para la Primera Comunión y la Confirmación, el proceso a seguir y los contenidos que se deben asegurar en la catequesis.

El Directorio debe considerase y aplicarse desde una perspectiva misionera, aprovechando la celebración y recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana, bautismo, primera comunión y confirmación, para propiciar una relación evangelizadora que lleve al encuentro con el Señor y con la Iglesia de padres y familiares de quienes reciben estos sacramentos. Este es el propósito fundamental del Directorio Diocesano de la Iniciación Cristiana: convertir la catequesis en un verdadero proceso de iniciación cristiana mediante una catequesis integral, que abarque el conocimiento de la fe revelada, la experiencia de orar y celebrar los sacramentos, la conversión de la propia vida, y la experiencia eclesial de vivir acompañados por la comunidad cristiana.
Recrear la Acción Católica en nuestras parroquias

En orden a esta catequesis integral hemos de dar los pasos necesarios en el proceso de implantación de la Acción Católica General (niños, jóvenes y adultos) en la Archidiócesis. Queremos ofrecer a las parroquias, a la pastoral juvenil parroquial, a los grupos de adultos y a las asambleas familiares parroquiales nacidas de las misiones populares parroquiales los materiales y la metodología propios de este Movimiento eclesial genuinamente diocesano, muy consientes tanto un servidor como el señor obispo auxiliar del grandísimo bien que la Acción Católica puede hacer a nuestras comunidades.


Rezar por los frutos del próximo Sínodo

Además de ocuparnos con gran interés en la aplicación de las líneas pastorales expuestas, acompañaremos con nuestra oración a la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en Roma del próximo 4 al 25 de octubre, con el tema «La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo». Todos somos conscientes de la importancia del tema para la Iglesia y para la sociedad. No olvidemos que la familia es la «escuela del más rico humanismo»[15]. Esta convicción motiva a la Iglesia para seguir anunciando el «Evangelio de la familia», ayudándola a redescubrirse como sujeto imprescindible para la evangelización.

Llamados a la santidad, siguiendo la estela de Madre María de la Purísima

Termino mi carta recordando el gran acontecimiento que viviremos en Roma el próximo 18 de octubre, la canonización de Madre María de la Purísima, hecho extraordinario que nos sugiere que nuestra primera obligación en este mundo es aspirar con todas nuestras fuerzas a la santidad. Nos sugiere también que la pastoral de la santidad es el primer tema de fondo en cualquier programación pastoral, pues sin este sustrato natural, todo en nuestros programas y esfuerzos será agitación estéril. A todos os invito a acoger cordialmente las pautas pastorales que acabo de explicitar y a encomendar la fecundidad del nuevo curso y la fidelidad de todos a la Santísima Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis, y a todos los santos y beatos sevillanos. Que también el Señor nos tutele, aliente y acompañe por medio de su Espíritu. Así se lo pedimos con la oración que el mismo papa Francisco incluye en su última encíclica:
“Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén”.


En nombre propio y en el del señor Obispo auxiliar, para todos nuestro saludo cordial, nuestro abrazo fraterno y nuestra bendición.

Sevilla, a 15 de agosto de 2015, solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen, principal de la Archidiócesis bajo el título de Nuestra Señora de los Reyes.

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

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